Escrito por Tom Kendra | Fotografia por Eric Tank

El Padre Michael Steffes no se siente como un solitario.

De hecho, siempre ha estado acompañado por otras personas, desde que era niño en Portland, Michigan, con sus hermanos gemelos, Jacob y Joseph, y su hermana, Naomi. Sus años de adolescencia fueron destacados por su participación en los deportes en la escuela católica de St. Patrick en Portland.

Incluso durante su tiempo en dos seminarios diferentes – St. John Vianney en la Universidad de St. Thomas en St. Paul, Minnesota, y más reciente, la Universidad de St. Mary of the Lake /Seminario Mundelein (Illinois), en el norte de Chicago – él siempre fue parte de clases grandes. “Entonces realmente nunca me he sentido solo en ese sentido,” dice Michael.

Sin embargo, el día de la ordinación en la Catedral de San Andrés en el centro de Grand Rapids el 2 de junio, el Padre Mike fue el único hombre que fue ordenado al sacerdocio en la Diócesis de Grand Rapids por el Obispo David J. Walkowiak.

El sacerdote de 29 años empezará el trabajo de Dios este mes como el vicario parroquial de la Parroquia Holy Spirit en Grand Rapids, efectivo el 6 de julio.

‘Voy a ser sacerdote’

Puede que sorprenda a la gente aprender que mi interés en ser sacerdote empezó cuando tenía más o menos cinco años. La única persona con quien yo lo hablaba con confianza era con mi niñera (Freda Bauer, feligrés por muchos años de St. Patrick en Portland).

Ella fue como una abuela para mí. Ayudó a criarme a mí y a mis hermanos, siempre era muy amable y me hacía sentir mucha confianza. Era una mujer muy religiosa. Un día estábamos hablando sobre la Iglesia y yo le conté que quería ser sacerdote algún día.

No pasó mucho tiempo hasta que los deportes capturaron toda mi atención y ya no pensaba mucho sobre ser sacerdote. Pero, de vez en cuando, Freda me recordaba de ello y me preguntaba si todavía estaba considerando ese camino, y me animaba.

Aquel día de 2010 cuando anuncié públicamente que iba entrar en el seminario, creo que cada persona en mi vida se sorprendió, con la excepción de Freda.

Ella falleció el año pasado a la edad de 94, solo un par de semanas antes de que fui ordenado como diácono. Pero su presencia siempre está conmigo. Freda me cuido desde que nací hasta la edad de 12, y siempre la consideraré parte de mi familia.

Los deportes y Dios

Como mencioné antes, los deportes me consumieron la vida, como pasa con muchos chicos durante los años en la escuela media y superior. La fe realmente no era una gran parte de mi vida.

Un momento decisivo para mí fue durante mi último año en la escuela de St. Patrick cuando contrataron un nuevo maestro de religión, Brian Spitzley. Él estaba motivado en su fe. Era el hombre perfecto para St. Patrick, porque era un maestro de religión, pero también un deportista. Me hacía entender que no tenía que escoger uno o lo otro, sino que, ¡funcionan muy bien juntos!

Después de graduarme, no sabía realmente lo que quería hacer con mi vida, pero pensaba que tendría que ser algo con los deportes. Tomé unas clases en Lansing Community College y conseguí un trabajo vendiendo tarjetas de béisbol, que en mi opinión fue perfecto porque podía escuchar programas deportivos en la radio d todo el día. Fue durante esa época que empecé a caer en el ambiente pesado de las fiestas.

Empecé a sentir que el mundo en el que vivía y el camino que transitaba no me estaban ofreciendo mucho de valor. Fue durante ese tiempo que la cuestión de Dios se me venía a la mente como un alternativo a lo que estaba haciendo. Era muy persistente.

Finalmente, hablé con el Padre Ron (Hutchinson), el director de vocaciones de la diócesis de Grand Rapids. Él también fue un consejero importante para mí y me dio el valor de dar el siguiente paso.
Tenía muchos temores sobre entrar en el seminario en 2010, pero también tenía el fuerte sentido de que esto era lo que Dios me estaba llamando a realizar.

“Dios debe de tener un buen sentido de humor”

Nunca me gustó mucho la escuela. Practicar los deportes fue lo que me mantenía interesado y enfocado. Cuando me enteré de que se lleva ocho años o más de escuela para hacerse un sacerdote, pensé que Dios debe de tener un buen sentido de humor.

Cuando empecé en el seminario de St. John Vianney, una parte de mi pensaba que yo solo duraría un año o dos y después lo dejaría.

Pero pasé mucho tiempo ante el Santísimo Sacramento, rezando el rosario y el breviario (la liturgia de las horas) cinco veces al día y esto me ayudaba con el lado académico. Entonces, ahora después de ocho años en el seminario me siento muy entusiasmado y preparado para empezar a hacer el trabajo de Dios.
Voy a vivir cada momento y servir al pueblo de Dios como Él me llame. Tengo confianza gracias a todas las experiencias que he tenido en la parroquia (incluyendo mi aprendizaje en la parroquia de Our Lady of Consolation en Rockford en 2016) que me han dado mucha afirmación.

Siento que tengo un llamado especial para servir a los pobres. Este es un llamado que he sentido desde que era joven. Una de mis memorias más tempranas es de cuando tenía más o menos cuatro años, y estaba con mi madre y pasamos cerca de un hombre sin hogar, tembloroso por el frío. Mi madre dijo: “Debemos traerle una cobija.” Por alguna razón, esa experiencia y su comentario dejó una impresión permanente en mí. Es tan sencillo, debemos ayudar a los pobres cuando necesiten, pero a veces lo complicamos demasiado.

Hay muchas familias rotas y por eso muchas personas con heridas. Todos podríamos ser más compasivos. Supongo que espero llevar esa mentalidad a dondequiera que esté llamado para servir.

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